El día de hoy fue el primer fin de curso de mi hijo Diego. Es un graduado de maternal y pasa al primer grado de kinder. Asistí al evento del cierre escolar un rato, pues debía retirarme a la oficina donde trabajo desde hace poco más de un año y que me ha mantenido lejos de este blog.
Se trataba de una 'clase abierta' donde los padres pudimos constatar el avance de nuestros hijos en sus habilidades y el aprendizaje de sus primeros conocimientos: los colores, las figuras, reconocer sus nombres entre otras cosas que hacen los nenes de maternal.
Esto me hizo recordar los días de fin de cursos de mi vida, cuando estuve en la enseñanza básica, tanto en la primaria como en la secundaria. Evidentemente me resulta complicado recordar los años más lejanos, cuando era un pequeñito. Pero puedo recordar cosas aisladas de cuando salí del jardín de niños. Recuerdo una canción (Adiós, no olvides nunca, no olvides nunca este jardín / que aqui, como flor bella, como flor bella creciste tu... no recuerdo más), a mi maestra y nada más.
De los fines de curso de los primeros años de la primaria recuerdo las ceremonias en el patio escolar, los relevos de escolta y las entregas de los diplomas de aprovechamiento. A mi no me tocó diploma en esos primeros años y debo decir que me entristecía un poco. La verdad no entendía bien porqué a unos niños sí y a mi no. Hasta que comprendí el concepto de aprovechamiento escolar.
Al terminar el cuarto grado de primaria obtuve mi primer diploma de aprovechamiento. Recuerdo haber tenido la simpatía del maestro Manuel, que era un personaje temido por su fama de estricto y que en aquellos años aun no se prohibían los castigos corporales (que en este caso eran reglazos en las manos o jalones de patillas y sólo los aplicaba en los niños). A mi nunca me tocó, aunque es probable que sí haya recibido un jalón de patillas merecido. Mi mamá apreciaba a este profesor. Decía que me había rescatado del mal estado en que quedé después del tercer año, un año difícil.
El final del quinto año fue muy especial. Formé parte de la nueva escolta de la escuela y fui nombrado capitán de esta. Un mes antes fuimos seleccionados tres niños de cada grupo de 5° grado siendo nueve elementos en total. Ese mes fuimos liberados de tareas cotidianas pues nos pusieron a ensayar para aprender a marchar y coordinarnos. Luego ensayamos el relevo con la escolta saliente.
El día del relevo estrenamos el nuevo uniforme de la escolta. Antes de nosotros, todas las escoltas de mi escuela solamente vestían de blanco junto con los guantes del mismo color. Nosotros usamos un chaleco de gala rojo con botones dorados, pantalón y camisa blanca, guantes blancos y una boina roja. La boina no me gustaba mucho.
El final de sexto fue también muy especial. Al paso del ciclo escolar, todos los lunes la escolta llevaba la bandera al centro del patio para rendir honores y en el plan original seis de los nueve elementos debían salir, así que había rotación de capitanes, abanderados y resguardos. Pero habían tres elementos que al paso de las semanas perdieron el interés y dejaron de asistir a los ensayos. Fueron hechos a un lado o ellos mismos se abrieron, no lo sé exactamente. Yo estaba muy orgulloso de ser el capitán 'titular' y nunca falté a la escolta. Estaba ahí todos los lunes después de que los que se fueron se fueron.
El día del fin de cursos, antes de salir de casa, me di cuenta de que no estaban los guantes ni la boina. No aparecían por ningún lado. No estaban donde siempre los guardaba. Movimos el closet, sacamos todo de su lugar y nunca aparecieron. Nos fuimos a la escuela y yo llegué asi nomás. Mis compañeros no lo tomaron tan mal. El maestro Mauro, que era el director de la escolta buscó a los suplentes para pedir prestados guantes y boina. Sólo uno dijo que sí, pero yo tenía que quedarme fuera de la ceremonia. Estando así las cosas la decisión la tenía el maestro. Así que finalmente le dio las gracias, volteó hacia los demás y les pidió se quitaran los guantes y las boinas. Fue un gran gesto hacia mí y así salimos, con las manos desnudas a entregar la bandera a la nueva escolta.
Obviamente le guardo un gran cariño al maestro Mauro. Al paso delos años fui a visitarlo varias veces, mientras cursaba la vocacional y luego la carrera profesional en el I.P.N.
Arriba con el maestro Manuel López Chente y Erik. Abajo con el maestro Mauro y Samuel. Sin boina y sin guantes. |
De las cosas que recuerdo con más gusto de esos días de fin de curso era la sensación de liberación. Vacaciones, no levantarse temprano, no hacer tareas, dormir tarde. Eran grandes momentos. Las hojas sobrantes de mis cuadernos estaban destinadas a llenarse de dibujos de los personajes de moda, ya fueran las tortugas ninja o los personajes de Street Fighter. No salíamos todos los veranos de vacaciones, pero siempre había un fin de semana donde nos escapábamos con uno de mis tíos y su familia.
Era la época donde las vacaciones escolares duraban dos meses completos para holgazanear ver caricaturas desde temprano y eventualmente, hacer arreglos en casa, organizar nuestros cajones y esas actividades que les encanta a las mamás imponer a sus hijos. En fin, que tengo muy gratos recuerdos de esos momentos. Me emociona mucho saber que mi pequeño ya disfruta también esas experiencias.